Resignificar y desestructurar son dos conceptos trascendentales que cruzan la obra plástica de la arquitecta Amelia Errázuriz, cuya profesión está indisolublemente unida a su trabajo artístico. Estudió en la Universidad Católica, a mediados de los años 70, mientras tomaba también cursos de pintura. Aunque su formación como artista ya la había comenzado antes, desde los 16 años, cuando estaba en el colegio e iba después de clases al taller de Miguel Venegas Cifuentes. El reconocido pintor realista y maestro de maestros la felicitó de inmediato por sus habilidades pictóricas, y en la tercera clase Amelia ya pintaba al óleo.
“Mi formación de arquitecto y las metodologías usadas en mi quehacer, como son el análisis, la síntesis y el proyecto, han sido muy importantes para el desarrollo de mi obra plástica”, reconoce Errázuriz. “El arte y la arquitectura fueron parte de mí, siempre. Nunca los vi como dos caminos separados”, añade. Con los años, también se perfeccionó con Sergio Stitchkin y Eugenio Dittborn, y cursó un diplomado en arte en la Universidad Católica y un curso de pintura en Rohdec International en Londres.
Su trabajo −incorporado en renombradas colecciones, como la de Saatchi Art Collection e Imago Mundi de Luciano Benetton− está marcado por la puesta en valor de elementos que pasan desapercibidos: por ejemplo, descartes de procesos industriales o constructivos hasta desechos de marcos de madera, que dejan una estructura o significado, toman un otro lugar. “Estoy centrada en resignificar el desecho y lo olvidado. Hago composiciones abstractas que están en la frontera de lo poético, pero con una carga de memoria”, dice la artista, cuya obra apela finalmente a darle otro nombre y otra vida −una nueva− a un objeto desechado. Y así, convertirlo en algo sublime.
Obras en colecciones
Saatchi Art Collection.
Colección Universidad de Talca, Chile.
Imago Mundi de Luciano Benetton, Italia.
Patrimonio artístico CCU, Chile.